Mito de “El origen de Roma”
¿Qué ocurre con los sueños esperanzados que compartes con alguien más y ese alguien se va?
Armando era un guerrero de primera clase; luchaba por su pueblo y para su pueblo, pero cada vez perdía más la fe en los humanos, pues cada vez que luchaba se preguntaba para qué o para quién lo hacía. Últimamente los humanos estaban perdiendo la cabeza: había hambrunas, numerosas muertes, abusos de poder… La gente hacía cosas malas y ya no pensaban en el bien común como antes.
Hera, diosa del valor y la fuerza de voluntad, observaba la situación de los humanos desde los cielos, pero fijó la vista en uno: Armando se hacía llamar, era fuerte y tenía ilusión, ilusión que estaba perdiendo y que ella creía que no debía dejarle perder.
Por lo tanto, Hera bajó a ver a Armando. Quería enamorarlo, porque ella misma se había enamorado de él, y así lo hizo, pero jamás llegó a confesarle que ella era una diosa.
Todos los días se veían y prometieron casarse y fundar una nueva ciudad, una ciudad en la que criar a sus hijos y una nueva generación de humanos, una nueva, y buena.
Su sueño era engendrar nuevos humanos y con la nueva ciudad conquistar el mundo salvando así la raza humana.
Júpiter, al enterarse de lo que pretendía su hermana, enfureció y sin previo aviso arrancó a una llorosa Hera de los brazos de Armando. Júpiter castigó a Hera transformándola en nubes, para que siempre pudiese ver el panorama de los humanos y no pudiese hacer nada.
Armando, no pudiendo con la pena, decidió no perder el norte y cumplir el sueño que habían tenido juntos, aunque ya no pudiesen hacerlo entre los dos. No podía fallar a Hera, era el sueño de ambos y Hera le estaba mirando desde los cielos.
Armando fundó una nueva ciudad y ésta tendría por nombre Roma, como el nombre que habían pensado poner a su primera hija, y comenzó a cumplir su sueño, con fuerza de voluntad y sin cejar jamás.
Julissa Caren Calero Carballo